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Rara vez se me presentan espacios para hablar en público, sobre todo desde los inicios del coronavirus, pero me aseguro de tomar cualquier oportunidad para compartir mis sentires, sueños y frustraciones como artista y como mujer que además tiene múltiples identidades.

Hace unas semanas, recibí un mensaje de una admirable defensora de derechos humanos de migrantes. Me preguntó si estaría interesada en participar en un foro organizado por varias instituciones Sudamérica*, en donde se hablaría sobre migración, fronteras y mujeres -- temas muy recurrentes en la Academia --. Sin duda respondí que sí, y en minutos me contactó con una de las coordinadoras. 

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Lina Magalhães, especialista en Migraciones, me pidió ejemplos de mis trabajos; al mostrarle algunas fotos, expresó que le interesaba mucho lo que hacía, pero no entendía en qué forma mi arte se relacionaba a la migración, a las mujeres o  fronteras. Entonces le expliqué un poco sobre mi discurso: La mayoría de los sujetos en mis pinturas son mujeres, mientras que en el trabajo fotográfico he retratado la vida en las fronteras mexicanas Sur y Norte-- una de ellas en la que nací y crecí--, enfocándose en la proyección de mis propias experiencias y en la representación de vivencias reales en los límites geográficos entre México y sus dos de los países colindantes.


Nuestra conversación resultó en mi invitación para participar en en el tercer panel de la “Jornada internacional online: Fronteras y Movilidad Femenina”, evento convocado por múltiples organizaciones sudamericanas.*

El Miércoles 5 de Mayo se asignó como tema “Imagen, Representación y Fronteras”, donde presenté como artista plástica y activista.

Aquí la transcripción de una de las partes más relevantes de mi ponencia:

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Mis inicios como artista, son desde mis primeros años de vida. Al crecer, como cualquier adolescente, me preguntaba sobre mi lugar en el mundo, como artista, niña, como futura mujer, como transfronteriza. Mis preguntas se manifestaron en mis trabajos artísticos. 

A los 18 años, fui enviada a La 72 Hogar- Refugio para personas migrantes en  Tenosique, Tabasco, por parte de una organización que se dedica a reclutar jóvenes para hacer trabajos de voluntariado.

Fray Tomás González Castillo, sacerdote de la orden franciscana, era el fundador y director del albergue, también la persona a cargo de los voluntarios. Él, al saber que yo tenía experiencia como pintora, me invitó a hacer algunos cuadros para las oficinas, después murales, fotografías, talleres artísticos con los adolescentes y mujeres del albergue. Se me asignó un rol como “la artista” del refugio. Me sentí privilegiada de tener una labor en la que podía ejercer como activista y artista en un mismo espacio, sobre todo, al ser tan joven. 

“El ‘Che” Acrílico sobre madera (2012) - pintura usada como letrero para la enfermería del albergue “La 72”.

“El ‘Che” Acrílico sobre madera (2012) - pintura usada como letrero para la enfermería del albergue “La 72”.

Durante mi primer año en el albergue, fui abusada sexualmente por el director Fray Tomás González Castillo. Múltiples veces, tiempo después las cosas escalaron al abuso verbal y psicológico. Como todos los casos de abuso sexual, la culpa y la vergüenza son los sentires inmediatos. 

Me sentía atrapada, no sólo por sus abusos, sino por mi compromiso con el trabajo en el albergue. Sentía que no me podía ir porque amaba lo que hacía cada día: pintar y fotografiar la vida de las personas migrantes con las personas migrantes. 

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En 2019, denuncié públicamente a mi abusador Fray Tomás González Castillo, e inicié un proceso de denuncia dentro de la Orden Franciscana.

Desde entonces, no he recibido respuesta ni resolución por parte de las instituciones involucradas como: Servicio Jesuita de Jóvenes Voluntarios, la Preparatoria Ibero, la Orden Jesuita, ni la Orden Franciscana.

A la par de este suceso, mi trabajo artístico cobró una identidad nueva. Regresé a los retratos realistas, con el uso de acrílicos. Expresando un discurso anti-católico y con la intención de retratar la sanación y el dolor.

Mis sujetos principales son mujeres, con las miradas vacías, con tonos de piel que asemejan el tono de piel de quien no está vivo, suelen tener heridas abiertas, expresiones de preocupación y dolor. Mis autorretratos me protagonizan detrás de máscaras -- creadas por mí con materiales reciclados --, con la proyección de oscuridad, flores y colores como rosa, que representan el florecimiento y femineidad.

Ya no espero resolución ni remedio a lo que he vivido. Lo único a lo que me dedico ahora es a crear, para contar lo que viví.  En estos días, busco cerrar heridas a través de los colores.


Expresar vulnerabilidades propias ante un público es intimidante. Con la menor cantidad de rodeos, puedo admitir que una de las cosas más difíciles de decir, fue hablar sobre el abuso que cometió Tomás Gonzalez Castillo, el director de “La 72”. 

Afortunadamente, mi presentación fue bien recibida. Pude contar con el apoyo de gente my amada. Recibí algunos mensajes que felicitaban mi denuncia y mi trabajo. 

Expresar mi historia como sobreviviente de abuso sexual es un acto de resistencia ante el silencio que mi victimario me impuso por años.

El silencio fue un cómplice que creí ser mío, pero en realidad fue de mi abusador. Así que agradezco infinitamente a Gabriela Martínez, a Lina Magalhães, y Christiane Boheme por recordarme que tengo voz.

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